A las seis cortan el aire

Luisa vino a darnos la noticia. Era la primera vez. Se trataba tan solo de diez segundos y, después, los resultados de la prueba experimental irían a la universidad. No le dimos ninguna importancia. Cualquiera podía estar ese tiempo sin aire, ¡quién diría lo contrario! Los mayores decían que esas cosas no pasaban antes, que los nuevos tiempos y sus modas pasajeras no traerían nada bueno.

            Nuestra vida siguió con su ritmo habitual, cada uno en sus quehaceres. Nadie comentó más aquella experiencia insignificante. Y pasó una estación.

Los resultados fueron satisfactorios: la población podía aguantar sin aire diez segundos. ¿Y para eso tanto estudio? ¡Pues vaya, eso  lo sabe cualquiera! No supimos cuánto dinero costaron los estudios: la toma de datos, el análisis de los mismos, su publicación y divulgación en charlas, coloquios y programas de radio y televisión. Solo unas cuantas personas acudieron a informarse sobre algo tan obvio.

            Hubo nuevos nacimientos en la ciudad, defunciones, bodas, aprobados, suspensos, elecciones, cambio de cargos, planes nuevos, infografías de los proyectos, arreglo de baldosas, listado de necesidades, comunicados de prensa y vuelta a empezar.

            Otra tarde llegó Rosita, la hija de Luisa. Nos dio el aviso: “esta tarde cortan el aire durante veinte segundos”. Se repitió el proceso: los nuevos responsables divulgaron a bombo y platillo que los humanos podían mantener la vida cotidiana sin aire durante ese tiempo. Pocos fueron a las charlas informativas donde se debatieron los resultados obtenidos en la nueva investigación. Alguno estaban en contra, no les parecía bien que se experimentara con algo imprescindible. No les hicieron demasiado caso.

            De nuevo volvió, pasados varios meses. “Ya, ya, ya sabemos que nos van a cortar el aire treinta segundos”. “No, contestó ella, esta vez serán sesenta, un minuto exactamente”. Hubo algarabía ciudadana. Protestaron bastante y armaron el suficiente ruido como para que los de siempre dijeran que se trataba de un error. No pasó  nada. A los pocos meses tuvo lugar el corte anteriormente anunciado y, posteriormente, negado. No hubo avisos. No pasó nada.

            El censo urbano descendió, pero nadie se alarmó por ello. Ciertamente, se incrementó el número de defunciones en las personas con dificultades respiratorias, defensas bajas, ancianas y niños, en porcentajes equitativos. Un grupo de jóvenes lo dijo en voz alta por los barrios, con megáfono y caceroladas. Les llamaron peludos, inventores de la realidad virtual, hambrientos de poder, desarrapados y otras lindezas por el estilo. Trataron de convencer a sus conciudadanos de que había habido cortes de aire en variadas ocasiones y que eso era la causa de las defunciones habidas. No les escucharon, solo unos pocos.

            No volvimos a verla en mucho tiempo. Alguien me dijo que estaba de asesora de los de arriba, pero no estoy seguro de que eso fuera cierto.

En mi escalera hay dos pisos vacíos. Tres en el portal de enfrente. Nadie lo comenta. La paz se ha instalado en la ciudad. No hay alborotadores, ni salen los jóvenes con cacerolas a armar ruido. Los programas de las televisiones son divertidos, muestran una juventud hermosa y con mucha suerte en la vida. Las veinticuatro horas hay cadenas con películas interesantes, ciclos de western, programas y concursos variados.

            No salgo mucho a la calle, lo justo. Me fatigo cada vez más. El chico del supermercado ya no me sube la comida a casa, he acarrearla yo mismo. Controlo mis fuerzas, tengo un cálculo de la energía consumida en cada salida, gastando cada vez más en el mismo tiempo. No sé si merece la pena que me preocupe. Me estoy quedando algo sordo. Será por eso que no oí decir: “A las seis cortaremos el aire durante una hora”.

 

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