No lo hemos visto, no. Lo conocemos, por supuesto. Suele pasear, con su cachava, por aqui, pero desde el domingo no lo hemos visto. ¿Ha desaparecido? Oh, no. ¡No me digas! ¿Desde esta mañana? La policía comienza a buscar a las veinticuatro horas, antes no. Ahora mismo me pongo las botas y me uno al grupo. Lo peor es la lluvia, esta comenzando a chispear. Cogeré también la linterna. Luisa, no me esperes. No sé a qué hora volveré.
Se trataba de un vecino muy conocido en el pueblo. Era un anciano agradable, siempre tenía un comentario positivo para cualquiera que se encontrar durante su paseo. ¡Bonita huerta,doña Josefa! ¡Qué niños tan juguetones, tienen una vitalidad endiablada! Ese perro ladra demasiado, pero cuya muy buen de la casa. Y así todas las tardes. Todos le saludaban con agrado. Conocía a todos sus vecinos, sus hijos y nietos, así como sus animales, vacas, perros y gatos. No admitía que le hicieran ningún regalo, manzanas o huevos. Decía que ya estaba torpe y que pesaría. ¡Otro día!, era su frase habitual, pero nunca llegaba. Eso sí admitía un vaso de vino y un rato de conversación.
Anochecía. La cuadrillas iban llegando a la plaza. Nadie había descubierto nada. Habían peinado el pueblo y sus alrededores. Los perros también les acompañaron, pero no estaban entrenados para la búsqueda de personas. El dispositivo de personas desaparecidas aun no se hacia activado, siguiendo el protocolo, su bien había algún policía colaborando a título personal. Su nieto llegó con el ciclomotor. Daba cuentas por el pueblo sin cesar, sin un plan preestablecido, circulaba a impulsos, a veces le llamaba con una voz desgarradora. Nada. Ningún resultado. Cogieron los bocadillos, echaron un trago caliente y se fueron rumbo a la noche.