El brebaje comenzaba a hacer efecto. Los músculos, relajados, no respondían a los deseos de la mente, y ésta se iba hundiendo con calma en un nirvana, desconocido hasta ese momento. Las luces de las antorchas se reflejaban en las caras de quienes les rodeaban, los indios kalapalo. El respeto y el deseo de que partieran juntos era patente.

  • Padre, ¿vamos a morir?
  • No tengas miedo, hijo.

Sus sueños quedaban aquí. Después de tantos años de verle partir, por largos periodos, quiso ir con él en esta expedición. El padre aceptó, pese a su juventud. Se adentraron en el bosque tropical más extenso del mundo. Fueron muchos los peligros que sortearon durante meses, destacando el enfrentamiento con una anaconda.

Los colocaron uno cerca del otro. Sus manos quisieron enlazarse, pero no pudieron. Giraron el rostro para unir sus miradas. Una neblina comenzó a interponerse entre ambos. Los ojos quedaron fijos y las pupilas dilatadas. Apenas fue perceptible el siseo:

  • Te quiero, hijo
  • Te quiero, padre.
  • No tengas miedo.
  • No lo tengo.