26 de febrero de 2020
Hoy hemos tocado la soledad, aquella que uno mismo elige en un momento dado porque necesita retirarse a su propio interior, escucharse, analizarse y escapar del ruido de los demás. Recuperar esos pequeños momentos en que perdimos a esa amiga querida, o nos alejamos de ella, o ella de nosotros, y aún no sabemos por qué, pero la consecuencia fue que la amistad desapareció y nos quedamos solas. Tal vez la repetición de conductas similares en periodos posteriores de nuestra vida nos dé una explicación a aquella lejana e incomprensible actuación.
Venimos con ganas, estamos a tope, con algo de ansiedad, cansancio, ganas de hacer algo, mucho amor propio, pocas ganas, y también una sensación de alivio. Con todos estos mimbres partimos.
Y así ha sido, correspondiendo este texto a una síntesis de todas las intervenciones de esta tarde.
“Y yo estaba sola…”. No podía más, quería desaparecer, se fue mi amiga, intenté comunicar lo que me pasaba, nadie me preguntaba cómo me encontraba yo. “Y yo estaba sola”.
A veces me aíslo, no me queda otra, y mis sentimientos asoman con fuerza. Me convierto en otra persona, necesito estar en mi isla interior cuando estoy sobresaturada, me encuentro mejor cuando estoy así, pienso en lo que quiero y disfruto de mi tiempo tal y como yo decido.
Una vez cogí el autobús y me fui sola al pueblo. Allí no había cobertura, nadie me molestaría, eso necesitaba en ese momento. Hace cuatro meses me he aislado voluntariamente, ahora solamente me relaciono con quien quiero, con mis verdaderos amigos. Son los que están.
¿Y cuántas veces he perdido el tiempo? Uf… estaba harta de hablar por no estar sola, hablar de nada, pagando el precio de la compañía. Decir sin decir, horas improductivas. Otras veces pierdo el tiempo cada día, no sé estar sola, tendré que aprender. Envidio a quien afirma que siempre busca soluciones, que su tiempo lo emplea en eso