El observatorio

Son las diez de la mañana. El ritmo de jazz ha conseguido que aminore el calabobos. Un rayo de sol pugna por salir entre las nubes. Lo tiene difícil. Este verano me recuerda a los de mi infancia, los de los charcos y katiuskas. Aquellos en los que íbamos a la playa cinco o seis veces como mucho, como si fuera un paréntesis permitido por los responsables del tiempo.

Ahora ya no hay responsables, sino culpables. Todos culpan al maldito cambio climático, confundiendo el efecto con la causa. La culpa es tuya. Siempre ha sido y siempre será. ¡Maldita contaminación! ¡Qué asco de plásticos en el mar! Cómo si fuéramos ajenos a ello. Afortunadamente tenemos el lenguaje como herramienta desculpabilizadora. Siempre encontramos una explicación que nos exima de nuestra responsabilidad.

Si no tuviéramos el lenguaje escrito, usaríamos el oral o el gestual. Absolutamente todo, todo, es culpa del otro. Y, por supuesto, yo me doy cuenta y lo denuncio a los cuatro vientos. Soy un ciudadano responsable, consciente, cuidadoso con el medio ambiente y con la injusticias sociales. Fundé los observatorios de la culpa, de la mentira, de la contaminación, del cambio climático… Y seguiré en mi puesto de vigía, sin el parche en el ojo, pero con la pata de palo, que no de plástico.

Desde esta atalaya me siento a salvo de la marea, que sube y sube hasta llevarse a una turista en el mismo paseo marítimo de Málaga. Desde esta altura me siento seguro, no me alcanza el agua ni la polución, solo la atmosférica. No me llegan las críticas de mis oponentes, solo en mi soledad. Ellos, por supuesto, son los que me han condenado a este ostracismo ideológico, con consecuencias sociales y afectivas.

A veces me dan ganas de bajar y abrazar, o dejarme abrazar, aún a costa de olvidarme de mi observatorio y sus verdades. Dejarme impregnar por la marea de plástico contaminante y contaminado, por las aguas nada cristalinas y los gases procedentes de los motores de gasoil que manejas tú. La duda permanece en mí. Los acordes de jazz insisten una y otra vez. El ritmo me envuelve y me lleva, como el mar, sin saber a dónde.

Cierro los ojos y me dejo llevar.

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