Agua y arena

El estandarte de la escuela al viento, veinte niños y cuatro monitores; uno de ellos en el centro del círculo, tumbado sobre una tabla de surf, les enseña los movimientos. Los niños le imitan, reman, después elevan el torso, apoyándose en las manos, y saltan – pie izquierdo adelante, regular; o goofy si es diestro – poniéndose en pie, lateralmente, rodillas flexionadas y cuerpo cimbreante.

Hace un día agradable, la temperatura es suave, no llega a los veinte grados, la arena fina, el sol acaricia la piel, sin quemarla. Muchas personas pasean por la orilla, algunos corren. Hoy nadie pasea vestido, como en días atrás. Dos cargueros reposan cerca, no necesitan atracar, y la estancia resulta mas barata que en el puerto. En el paseo marítimo hay caminantes madrugadores. La máquina de limpieza pasa y repasa las aceras.

Los alumnos han abandonado las tablas y han ido, en pelotón, a darse un baño. El oleaje es suave, ideal para ellos. Uno de los monitores les vigila. Pasados unos minutos, salen del agua y se dividen en grupos, siguiendo las instrucciones consabidas. A unos doscientos metros a su derecha, se ha adentrado en el mar otro grupo de alumnos, adolescentes en esta ocasión. Son duchos en el arte de cabalgar olas. La mayoría las espera sentados a caballo, otros tumbados; los más expertos otros se reservan para la ola verde. Un grupo de jubilados pasea por la orilla, frente a ellos. Hay un código no escrito de buena vecindad entre playeros y amantes del surf, en ocasiones más eficaz que entre los que cogen sitio y estiran las toallas.

Los niños juegan al pañuelo. Un monitor sujeta uno en su mano derecha. Un tercio de los escolares está situado en un extremo del rectángulo dibujado en la arena, otro frente a ellos y el resto en el exterior, observando. Al gritar un número, por ejemplo, el tres, salen corriendo dos jugadores, quienes tengan ese número, en ambos equipos. Se trata de coger el pañuelo de la mano del pañuelero y correr hacia su sitio, evitando ser alcanzado por el contrincante, que lo perseguirá, tratando de tocarle; si lo logra lo elimina, en caso contrario, él mismo deberá abandonar el juego. La triquiñuela más frecuente consiste en hacer creer al oponente que coge el pañuelo y sale corriendo, cuando en realidad no se ha movido del sitio; si el otro cae en el engaño y se mueve, cruzando la línea divisoria del campo de juego, es eliminado.

La marea está bajando, el coeficiente no es alto, sesenta y seis. Las olas hacen un recorrido diferente desde que instalaron el emisario submarino. Parece ser que instalarán otro mirador circular para evitar los actuales desplazamientos del agua, pero ésta es muy lista y encontrará otros verigüetos por donde seguir su camino y reírse de los ingenieros. Confío en que no tengan que llenar el paseo con los citados miradores.

Cada niño coge su tabla y la arrastra, unas son blancas y otras azules. Al encuentro con las primeras olas se tumban encima y reman, buscando la que les llevará a la orilla de nuevo. Los adolescentes entran y salen continuamente. Un nuevo carguero en el horizonte, de vacío, camino del puerto. Calima en la costa próxima. El viento ondea el estandarte. Las olas continúan su ir y venir. El verano está cerca

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