Candela

Los primeros pasos, los sempiternos madrugones, las clases de baile, las cifras en inglés, desayunar en la guardería, los catarros compartidos, las esperas prolongadas hasta que uno de sus progenitores viene a buscarla. Pasó de no entender nada, de ser transportada en el coche a horas intempestivas, convivir con otros niños y niñas de su edad, huérfanos obligatorios del sistema, a aceptar el imponderable y desear el encuentro con dicha fratría.

            Una vez integrada en el grupo, considera invasiva la presencia del abuelo al ir a buscarla, aceptada posteriormente con naturalidad, abandonando el espacio común y acercándose al yayo sin hacer ningún gesto de especial atención hacia él, sonriendo  con picardía, aprendiendo poco a poco a distinguir los días de no asistencia.

            ¡Adiós cole!, dice desde el coche, en un deseo de dejarlo atrás, de volver a su espacio familiar, donde es la reina, sin discusión alguna, y recibir todos los arrumacos y tonterías con los que sus congéneres  disputan su atención. Hoy toca no hacerles caso. Ahora no quiere, dice su padre. Sí, así es, no realiza en cada momento aquello que los adultos quieren ver u oír, y presumir ante los demás. Pasado un rato, después de comer un trozo de pan y mirar a los  demás por debajo de su manga, comienza a asomar una sonrisa. Ahora sí quiere.

           

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