Una de las cosas más atractivas para los humanos consiste en contar historias. Flaubert lo dejó claro cuando afirmo que “cada vida merece ser una novela”. Cada detalle de nuestra existencia cotidiana, lo obvio, los acontecimientos diarios a los cuales no damos apenas importancia, podría constituir el escenario de nuestros dramas. Y eso se nos escapa, no le concedemos la suficiente atención. No es necesario que se trate de sucesos de una especial relevancia, lo que si es imprescindible es saber verlos y valorarlos. Del mismo modo que nos gusta apreciar pequeños detalles en un cuadro, cambios de tonalidades, aspectos técnicos, así como comentamos en un concierto las sutilezas del sonido, el ritmo o el tempo, esa misma sensibilidad nos ayuda a fijarnos en determinados detalles de nuestras vidas que queremos escribir. Cada uno de esos pequeños acontecimientos tiene sentido para nosotros. Mientras los vivimos no somos conscientes de ello, la propia vivencia no nos permite pararnos. Es cuando tomamos conciencia cuando somos capaces de redimensionarlo y ubicarlo todo en su lugar. Cada momento preciso en nuestra historia personal tiene su significado.
Desde la libertad de poder escribir sin más, sin pensar en las construcciones gramaticales, la sintaxis, la crítica o autocrítica, un lápiz y un papel, bien como objetos reales o metafóricos, nos ayudan a dejar plasmado, con libertad, aquello que pugna por expresarse y lo invitamos a salir al exterior y tomar forma. Pennebaker (1994) afirma que el teclado y el ciberespacio han reemplazado al papel y al lápiz. La creatividad no es una herramienta, es un misterio en el que penetramos, un desarrollo, un proceso abierto al que todos estamos invitados.
Es difícil definir qué es la escritura terapéutica. No hay un modelo teórico ni práctico que sea la guía de esta modalidad de ayuda. Yo entiendo como escritura terapéutica aquellos escritos que el terapeuta propone al paciente o bien aquellos que éste trae espontáneamente a la consulta, con el objetivo de trabajar sobre ellos. Independientemente de que resulte terapéutico para quien escribe a solas en su casa, sin que nadie lo surpervise.
Hemos utilizado la palabra, el arte, la música y el teatro como métodos terapéuticos. ¿Por qué no la palabra escrita? No tiene por qué ser una comunicación artística, pero sí una comunicación útil, tanto para el terapeuta como para el paciente. El foco está en el proceso y no en los resultados ni en la calidad artística. Entre la poesía y la lista de la compra existen muchas variantes para que podamos escribir sobre aquello que nos preocupa o pretendemos lograr. La escritura terapéutica es una aventura que decidimos seguir o no. Quien decide hacerlo se encuentra con un espejo de sí mismo en cada palabra escrita u omitida deliberadamente. Lo escrito refleja el resultado de lo que vemos en nosotros mismos, o lo podrán ver quienes lo lean más adelante.
El paradigma de Pennebaker ha sido criticado, replicado y extendido en Norteamérica, Europa y muchas otras partes del mundo. Sus experimentos demuestran con claridad los beneficios de la escritura terapéutica, reduciendo la inhibición y mejorando la salud física y mental (Penebaker, 1992).
Para muchas personas, en algunas circunstancias, la escritura expresiva es beneficiosa, aún sin psicoterapia. Bolton (2004) dice: “La poesía o el cuento es terapéutico tanto para el cuerpo como para el alma”. Si bien el modelo científico ha sido el dominante en psicología y psicoterapia, poco a poco se va admitiendo que la poesía, la imaginación, la escritura en general, tiene la llave de cómo la gente se ve afectado por aquello que escribe o lee.