Y miraron para otro lado, el mecanismo oficial se puso en marcha con la lentitud  de quien no llega a tiempo cuando se le necesita. No cogieron el teléfono. Mientras tanto, los niños tenían hambre, sus padres ya habían gastado los cuatrocientos euros mensuales y no les quedaba más. Las promesas no llenan el estómago ni evitan el desmayo de su vacío. Ellos resultan invisibles, pero comen todos los días.

            Y acudieron a la escuela, ahora cerrada, físicamente con candados, no en la voluntad de quien antes pasó hambre, vivió en una chabola y ahora dirige el centro. Allí no hay comida de ningún tipo, solo cuadernos y encerados. Se plantó, ella hizo lo que sabía, escribir los nombres de los vecinos del barrio que la llamaron, pidiéndole ayuda para ellos y sus hijos, solicitando ayuda inmediata: comida. “Ayúdanos, estoy aislada con el virus, mis hijos están con mi ex, sin comida, y no cobramos nada

            Y le faltó tiempo para ponerse en marcha. Los estudios no le enseñaron cómo resolver la situación, pero sí potenciaron su creatividad y compromiso con los demás, algo que ya traía aprendido de casa. Siguió el protocolo, escribió a los distintos organismos oficiales, consejería, ministerio, Asuntos Sociales, contando que cientos de familias necesitaban comida. Le dijeron que el problema estaba resuelto con once mil quinientos menús de pizza y sándwiches y que una empresa de informática facilitaría portátiles a algunos estudiantes. ¡Le hirvió la sangre! Mientras otros compañeros trabajaban a distancia con sus alumnos, ella buscaba comida, pero no consiguió contactar con los servicios sociales, tampoco con Cruz Roja, dada su saturación. A través de sus contactos consiguió la llave, el email correcto dentro del Ayuntamiento de su ciudad. No tardó en llegar la respuesta. La pusieron en contacto con un famoso restaurante y al día siguiente comenzaron a llegar las raciones de comida. Doscientas cincuenta familias se benefician de dicha iniciativa.

            Y no es el único colegio donde esto sucede. En otro centro, las asociaciones de padres, las de vecinos y otras entidades se pusieron de acuerdo para conseguir una cesta de dos mil setecientos euros para alimentar a ciento cuarenta niños y cien adultos. Pero ese dinero se terminará. Es cierto que  los técnicos están desbordados, la avalancha es enorme y los medios limitados, pero la descoordinación es notable.

           Y si en estos casos consiguieron solucionar la situación fue debido a la determinación de la directora del colegio, de quien le proporcionó la dirección exacta dentro de la selva administrativa,  de quien leyó el mensaje y buscó ayuda y de quien donó los alimentos, cocinados a diario, para dichas familias. Funcionaron las personas, no  los organismos. Una vez que formamos parte de la institución, la norma prima sobre aquella. El protocolo, otra vez más, nos acartona.

            Y sí, solo la involucración total, decidida, de quien está comprometido con los demás, consigue derribar las puertas.

          ¿Qué si sucedió esto reamente ?

         ¡Cómo no… ¡ Digamos que hablo de Madrid!