Santander, 13/05/2020
Cuarto curso de escritura terapéutica. 16ª sesión. Online
Hoy somos siete personas en el curso. Comentamos un poco lo que ha pasado. Hay mucha gente que va por la calle sin mascarilla. En Suiza es lo mismo. Consideramos que las personas no son responsables cuando salen a la calle. Esperemos que no volvamos para atrás.
Ejercicio 1. Escritura automática. Escritura automática. Se trata de escribir lo primero que nos venga a la mente, sin pensar apenas. A los poco minutos cesa la actividad y leemos lo que ha surgido:
- Escritura automática. Gran invento. No se qué escribir. No hay tema. Es nuevo. No, no lo es. Sirve para calentar motores. ¿Que motores? Si están parados… El del coche funcionó ¿Y el mío? ¿Y mi cabeza? ¿Y la tuya? ¿Y la del que manda? Vaya juego. No sé si me gusta o no jugar así. Es aburrido. Dos meses en casa. ¿No quiero salir? ¿Si quiero? Me recuerda a los juegos infantiles: veo, veo, las cuatro esquinitas. ¡Qué aburrimiento de juego! ¿Quién lo ha inventado? Escribo lo que me da la gana, como hace años, en mi casa de Campomanes. Vida mental aburrida. Mirando el papel. Recuerdos de sol y luz. Marcha militar. Rayo láser. No somos tontos ni tenemos tonterías. No somos nada. Me duele la muñeca. La doblé con la bici. Ese dolor me impide hacer yoga. Aceitunas gordal. Lavadora, lista de la compra, tierra para trasplantar. Salir al campo. Llamar a mi peluquero. Echaba de menos el taller de escritura terapéutica de los miércoles. Es mi pequeño rato de ocio. Vaya días. Largos, larguísimos, me aburro, como el señor del video gritando me aburro. Parece que vivimos diez aquí y sólo somos dos. Llevo todo el día liado, parece que haciendo cosas, al menos intentándolo, no tengo tiempo de nada. Me paso más horas que nunca en el ordenador. Tengo un primo que dedica su tiempo libre a documentarse acerca de la familia, enlaces matrimoniales, datos del exilio, bodas, entierros, etc.
Ejercicio 2. Final de un cuento
Leemos un poema de Joan Marguerit que habla de luna y de aljibes, también de amores y de perros. Sobre ese tema escribimos, aquello que nos sugiera el título del ejercicio: “Final de un cuento”.
- La vida en soledad es más pobre, menos completa, aunque sea igual o más intensa, sobre todo de dolor y de necesidad. El final o el principio. No sé cual es mejor ni peor, ni cual prefiero ni detesto. La vida es un cuento al revés. Darle un giro distinto a los cuentos. Cenicienta. Al llegar las doce, es una chica quien encuentra el zapato y piensa ¡qué inconsciente, se va a cortar! Quiere devolverle el zapato. La encuentra y se declara, pero cenicienta aún no sabe si le gustan los chicas o las chicas. Cierre sin moraleja, como en los Hermanos Cohen. Algo inesperado sucede, se cae todo como un castillo de naipes y todos vuelven a la casilla de inicio. Me gustaría que acabara bien y comiesen perdices, pero la vida no parece así, el desenlace puede acabar en tragedia. No sabemos el final de nuestro cuento, que no sabes si lo puedes terminar. Somos débiles, tenemos necesidades afectivas. No queremos que dejen de pasar cosas. Que la vida me suba o baje. Si un cuento se acaba que empiece otro, que deje un hueco para otro. El problema de los cuentos es que son algo más que cuentos, siempre tienen un final. No. Seguimos escribiendo y que suene la música. Los cuentos no son cuentos, no son de quien lo escribe, ni tan siquiera el titanic, el barco tuvo que hundirse aunque la orquesta siguiera tocando. Las olas lo ahogaron todo. Me acuerdo de unos cuentos pequeños, con moralejas clásicas, que compraba mi abuela cuando yo tenía cuatro o cinco años. Pequeños tesoros. Con ellos aprendí a leer. Me gustaban tanto… Al finalizar sabía que íbamos a buscar otro. Los vi la ultima vez en aquella casa del pueblo. Quise traerlos, pero los dejé allí.
Ejercicio 3. París.
En otro de sus poemas Joan Marguerit alude a París. Tomamos el nombre des ta ciudad como estímulo para escribir.
- Mi ciudad favorita. París. Fueron tres días sin parar, visitando todo cuanto pudimos. Los tres solos, disfrutando, dejándonos embriagar por sensaciones, colores, multitud, calor, sonidos. La tumba de Napoleón, la torre Eiffel, los castillos del Loira antes de llegar a París, el parque de Astérix y el castillo de Chantilly después. Símbolo de la libertad. París. El gran sueño visitado. ¿Y por qué no me pasa con Roma, ni con Berlín ni Londres? París es luz en mi memoria, tormenta de miedo, incertidumbre y, por encima de todo, ilusión. Me aterrorizaba hablar inglés, francés aún peor. Caminar sin rumbo y sin prisa. El mapa y nosotras después de que tú llegases en aquel autobús. Anillos labrados en aquella torre tan fea, pero sólo por dentro. Me sentía un desarrapado pisando los adoquines de los ricos. Millonarios gastando en lujo. Quise marcharme de allí. Fue otro París al que fui. No he querido volver. Me quedo con Burdeos, la París barata. Hoy me han contado que hubo un vuelo Madrid-París e iba lleno, abarrotado, sin tomar las medidas necesarias. Recuperación económica. Pagaremos las consecuencias de querer vivir deprisa. ¿Qué importa más la economía, la vida, los intereses? Me agobia. Se me entremezclan las imágenes del París monumental, relatos de Zola en sus libros de los Rougon Macquart, la calles embarradas, como el París del aguacero, de Sabina. Una imagen más perturbadora me viene a la mente: Hitler con la torre Eiffel de fondo. Latas de sardinas y quesitos del Caserío entre pan y pan en las escaleras del metro. Interrail 2003. Gente que habla feo y crepes carísimos. Interrail del año siguiente. Boda tunecino-andaluza de Pepe y Salma. Hace unos tres años. La de recuerdos que tengo en esa ciudad, ninguno romántico, sólo los inventados en el libro Rayuela tenían romance. Tampoco hubo romance en la embajada lituana de Paris con aquella chica. Ciudad de expectativas caras. Fui con mi madre. Caminamos mucho. Estaba en forma, con más energía que yo. Ahora no aguanta veinte minutos seguidos. Mi pie y espalda estaban bien. Lo vimos todo. Resultó agotador . Tenemos una copa de cristal de colores en la vitrina como recuerdo. Recuerdo de salud, bienestar y forma física.
Ejercicio 4. Últimos combates. Poesía.
- Esta poesía me rememora el pasado viendo un edificio y dejándome llevar. Hay un edificio cerca de mi casa donde fue detenido uno de los últimos guerrilleros antifascistas españoles. Cuando paso por allí suelo imaginar la escena de su detención, leída en un libro. Me resulta curioso visitar e imaginar el pasado. Es nostalgia de un tiempo nunca vivido. Ojalá sean estos lo últimos combates. Me siento como en una guerra. Ojala pueda ir a tomar una cerveza y llevar un vestido bonito, sin mascarilla. Ojalá deje de pensar que este virus se me impregna con todo. Ojalá tenga una nueva aventura amorosa. Ojalá me pueda impregnar de optimismo. Parece que hoy nuestro destino es hablar de combates, los últimos me cansan, de cerrar el libro. Hoy toca abrirlo. El vértigo, las páginas blancas. Surgirá el arrepentimiento de haber saltado. Te romperás los pies en la caída. Mala elección. Quedarse. Paseo con mi amigo Gojko por su Belgrado natal. Me muestra un enorme edificio del que sólo quedan los cimientos a escasos metros de su casa, en el centro. Fue bombardeado por la OTAN en los noventa. Avergonzante mausoleo del mariscal. Entre Brandy y carne picada recorro las huellas de los «últimos combates» en Europa. Siempre habrá combates. Nací cincuenta o sesenta años después de mi época. Me hubiera gustado vivido en la época de los treinta. ¿Hubiese matado al bebe Hitler? No lo sé. ¡Qué poco me gustan los combates! En este país a veces se pasa del discurso del odio a la falta de respeto, falta poco para otro combate. ¿Será este el ultimo combate? Me da miedo subir al ring. Me rindo, me alejo. No lo haría. Al cabo de los días la culpa, la pena y malestar me harían mella. Volvería con el rabo entre las piernas, al ring, con más cicatrices. Esta es la última vez, el último combate. No me lo creo. Ojalá sea el último. Nadie lo entiende. Los verdaderos combares son los que se libran a diario en los hospitales en todo el mundo, enfrentándose a la vida y a la muerte. Mientras gane la vida habrá más combates. Estamos solos aunque estemos acompañado.
Dejamos aquí textos que hemos comentado a lo largo de la sesión, por si quieres leer alguno de ellos.
- Cálculo de estructuras. Joan Margarit. 2005.
- Julio Cortázar. 1ª ed. 1963.
- Todas las ciudades y París. Javier Das. 2017.
- Les Rougon-Macquart. Emile Zola. 1886.