Solo quince metros les separan del mar. No llegaron a tiempo. Ese mar, tumba de
tantos subsaharianos, era la esperanza para estas personas que huían del fuego
en Mati, en los alrededores de Atenas.
Lenguas de fuego los rodearon, envolvieron y abrasaron, mientras se
despedían de la vida, enlazados. Veinticuatro personas abrazadas, carbonizadas,
expuestas a las miradas ajenas, testigos de la barbarie humana que supone el
fuego.
Fuegos provocados, traicioneros,
trampa de tantas personas cada verano. Año tras año aumenta el número de
incendios y disminuyen los bosques y vegetación de los países del Mediterráneo,
incluso en el norte de Europa. Sin embargo, no se incrementa el número de
detenidos como responsables de los mismos.
Mar Mediterráneo, unión de
continentes, trampa para migrantes, lugar de vacaciones. Orillas contrapuestas,
que no complementarias. Fuegos y muertes que nos abruman si son de un lado, y
no nos sonrojan si son del otro. Bomberos y grupos de rescate, siempre con la
misma actitud universal de ayuda, portando la manguera y arriesgando su propia
vida para salvar las de los demás. Aviones de extinción se suma a la tarea.
Los coches bloqueados en las
carreteras les impidieron llegar a la orilla de la vida, del mar. Hay casas
incendiadas durante todo el camino. Árboles devorados por las llamas, casas y
coches incendiados, cuerpos calcinados. Eolo no colabora, aviva el fuego y
ayuda a que sea incontrolado. La ciudad balneario de Mati se ha convertido hoy
en una tumba colectiva. A quince metros del mar.