Bolitas de anís

Callos con café, por favor. Si, claro que están buenos. Y un emparedado de chicle de menta. ¿Qué no tienen? Bueno, pues que sea de fresa, también me vale. Y tenga cuidado, no se vaya a caer con los patines, que es más seguro un monopatín. Se lo digo yo.

Se me han olvidado las gafas y no puedo leer lo que escribo. Me lavaré los ojos con café y así se espabilarán. Los dejaré secando sobre la silla, mientras degusto el emparedado. Total ¡para lo que hay que ver! Pero oír, lo que es oír, oigo muy bien. Se creen que soy un pobre viejo loco, haciendo crucigramas en braille. ¡Si supieran que sus conversaciones están sobre mi mesa y las acaricio cuando quiero! Ayer pisé dos: la de una madre y su hijo dándome la tabarra con sus quejas cotidianas, y la de dos ancianas rememorando un pasado que nunca existió.

Hoy tengo una tarea pendiente: escuchar la voz, esa que siempre me persigue y me dice lo que tengo que hacer, la que me recuerda constantemente mis errores. Sé que está cerca de mí, lo presiento. Tengo la pistola preparada. En cuanto comience con su charlar monocorde, le dispararé unas bolitas de anís.

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