Los visitantes

Le dio un gruñido al recién llegado. Era una señal de aviso. Ya eran siete, acurrucados en la red de tenis. El mastín llegaba herido, sangrando por una pata. Sin acercarse demasiado, se tumbó cerca de sus congéneres, suplicando que le aceptaran; estaba solo y necesitaba compañía y protección.

La pista de tenis era su lugar de encuentro. Hacía años que nadie vivía en la urbanización. Las palomas torcaces habitaban en las terrazas. Al atardecer, volvían a sus viviendas. Las cotorritas verdes y amarillentas anidaban en las palmeras del paseo marítimo; las nuevas no eran bien acogidas.

El agua del mar inundaba desde hacía tiempo los garajes y los bajos comerciales. Los sombreros, podridos, flotaban junto a plásticos de diversa procedencia: juguetes infantiles, flotadores, tarros y botes de cremas variadas. Era el panorama habitual desde hacía mucho tiempo.

Un hombre llegó la tarde anterior, calzado con altas botas de goma. Comprobó que todos los portales estuviesen cerrados. Anotó el número del que tenía roto el cristal de la puerta, con un reguero de sangre en dirección a la pista de tenis. Allí le recibieron con fuertes ladridos. Con gesto displicente abandonó el lugar.

Ya eran diez las urbanizaciones que presentaban el mismo problema. Totalmente inundadas, cerradas a cal y canto, con las tórtolas en sus terrazas y los perros refugiándose donde podían. Casi todos los edificios tenían manchas de humedad, cada año un poco más altas. Había invertido mucho dinero. Fue inmensamente rico; hoy no podría decir lo mismo. Toda su cosecha de pisos se había inundado. Yo no había compradores, tampoco inquilinos. Solamente humedad, animales y soledad.

Una mancha asomaba en el horizonte. Parecía una embarcación, pero solo a ojos de un experimentado observador. Ningún servicio de emergencias estaba activado. Ya no funcionaba; tampoco la escuela, ni el supermercado ni las cafeterías. Nada. Vacío total.

Lentamente, la mancha fue tomando forma. Al no haber olas tardó mucho en alcanzar la playa. Efectivamente, era algo similar a un bote. En su interior había más de una treintena de personas, casi todos hombres, también alguna mujer y niños. Amontonados, expectantes, no sabían cómo les recibirían en esta costa. Llevaban días a la deriva, necesitaban alimentos y agua. Los perros salieron a recibirlos.

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