Muchas veces pasé por delante, mas nunca lo visité, hasta hoy. Es un barrio obrero, de los años sesenta, en las afueras de la ciudad, al sur de Peñacastillo. Resulta inconfundible el edificio de las escuelas, la de niños y la de niñas. Imagino la típica foto escolar, a la puerta del centro. Descubro el espacio destinado a juegos, hoy desconocidos para la mayoría de los niños, convertido en campo de futbito, con suelo de hormigón y vallas metálicas a su alrededor.
Han pasado años. El nuevo San Martín del Pino, al otro lado de la calle, tiene edificios modernos, dotados de ascensor y garajes subterráneos, áreas de juego y barreras que impiden el pase a los que viven allí. También parada de autobús.
El viejo barrio continúa. Su fachada ha cambiado. Sus vecinos también. Los edificios de ladrillo cara vista han sido tintados de rojo granza. Las escuelas son ahora edificios privados: uno convertido en guardería, el otro en clínica dental. El espacio de atrás lo ocupan garajes cerrados. Un vecino escucha música en la radio, dentro del suyo. Son la diez de la mañana. Paseo por una vereda. No way!. Detrás de la tapia hay un centro comercial y dos institutos de secundaria. Se acabó el sueño. Vuelvo al coche.