Suena la canción. Los instrumentos y las palmas me animan en un día gris y lluvioso. La voz del vocalista es firme, el ritmo rápido, también el de mi mano al escribir estos renglones. Los músicos me han transmitido su alegría.
Flower on Sweet Strabame. Violín y guitarra, ritmo más lento que en la anterior. Armonía de voces e instrumentos. Hace años que me gusta la música celta, siempre actual, por mucho años que tenga. Su contagioso mensaje no queda sin receptor jamás.
Una copa de fino mientras espero la comida es un placer y un ritual de domingo. He ayudado en la cocina, no mucho. Ahora, sentado en el salón, me lleno de esta música, en contraste geográfico con el contenido del catavinos. La vida es dicotomía permanente. De fondo, el chisporroteo del salmonete en la sartén. Este exquisito pescado de roca requiere habilidad y paciencia con las espinas. Mis lentes me ayudan en la tarea que no todos desean realizar. ¡Ah, el pescado, un gran manjar!
Me llaman. Ya está. Qué plato tan vistoso. Por el balcón entran rayos de sol. Hace un momento granizaba. En enero no se puede esperar algo distinto. Jerez y pescado. Sol y granizo. El hospital quedó atrás.
Drunken sailor. Una buena invitación al movimiento. Nueva duda me asalta: ¿Jerez, whisky, cerveza? ¿Cuál es la norma, la conducta esperada? Mi brújula es el deseo, el jerez entra de nuevo en mi copa. Mientras, escucho una y otra vez “What will we do with a drunken sailor?” Canción popular en la década de mil novecientos, que solían cantar los marineros mientras rascaban el casco y lo limpiaban de percebes y la hierba que allí crecía.
What will we do with a drunken sailor?
What will we do with a drunken sailor?
What will we do with a drunken sailor?
Early in the morning!