Arte y ensayo

La una de la mañana. Me gustó la película. Era en blanco y negro. La sala, de arte y ensayo. Ya no había autobuses, eso era lo peor. Debía caminar hasta el centro. Era fresco el aire en Reina Victoria. Las nubes amenazaban lluvia. El paraguas, en casa. Nadie en la calle. Las farolas, balanceándose al ritmo del viento gallego.

Sus pisadas me asustaron. Eran firmes y rápidas. Estaba preocupado. No quise volverme. Mejor, disimular el miedo. Estiro la espalda. No acelero, que se nota. ¿Y si es de la secreta? Puedo estar en la calle a estas horas. No soy de la célula. Solo estudio.

Siento que se aproxima. Mi corazón se acelera. El estómago se contrae. Aguzo el oído. No sé qué hacer. Es como me lo contaron. Te siguen cuando estás solo. Si corro le provocaré. ¿Tendrá que ver con el cine? ¿Con mis compañeros? ¿Con mi edad? ¿Será alguien que pasea? No, a este ritmo no puede ser.

Noto su mano en mi hombro. El mío se hunde, es miedo. Mi cuerpo se encoge. Sudo, a pesar del frío. ¿Qué me hará? ¿Quién será? Seguro que me la cargo. Esto va a terminar mal. ¿Y si aprovecho para zafarme y desaparecer? Estaba mejor en la pensión. Menos líos.

Mi hombro derecho siente un ligero movimiento. Me desplazo hacia la izquierda. Su voz sale con fuerza. No siento miedo. Conozco ese tono, ese modo de hablar. Respiro relajado cuando percibo el carboncillo de su rostro. Simplemente me dijo: ¡pero, bueno, podías haberme esperado!

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