Me apetecía venir, sentarme y tomar un café con tranquilidad. Es un sitio no muy frecuentado, un hotel de los de muchas estrellas. Vengo en ocasiones. Hoy no sé por qué, pero decidí pasar un rato aquí.
Me acuerdo de ti Mari Ángeles. Estuvimos contigo en este mismo sitio hace algunos años, hablando de nuestros proyectos e investigaciones con nuestros alumnos. Me gustáis mucho, nos dijiste. Siempre nos animaste, desde que éramos adolescentes.
Tomo un sorbo de café y continúo escribiendo mientras la música clásica inunda el salón. Solo estamos el camarero y yo. Hace un día estupendo y desde la ventana veo la lengua del puntal, la playa que tenemos en medio de la bahía. Las palmeras no me impiden disfrutar de esta hermosa vista, tan apreciada por muchos.
Resulta curioso cómo relaciono este sitio con Mari Ángeles. Tan solo vinimos aquí una vez, suficiente. Fue una persona importante en mi vida. Gracias a ella tomé interés por la historia, por la culta y por el saber. Su entusiasmo en transmitirlo lo he llevado conmigo a lo largo de mi carrera docente. Me consta que muchos de quienes fuimos sus alumnos pasamos por un proceso parecido. Tenía una fuerte convicción en lo que hacía y lo transmitía con fuerza y amor.
De nuevo la música me hace seguir los arpegios y acordes y sumirme en mis pensamientos y sentimientos. Elegí un buen sitio. No sabía que iba a terminar aquí, conduje entre distintas calles, desechando las cafeterías que iba encontrando. Algo me trajo hasta este lugar.
Agradezco estos momentos de reflexión, tranquilidad y serenidad. Cuando me dejo llevar por la actividad no me lo permito. Al bajar el ritmo tomo conciencia y me permito pensar.
Verde, morado y marrón claro, reflejados sobre el cristal de la mesa azabache en la que me encuentro. Reflejos de una planta situada en el ventanal. Atraen mi atención tanto como la soprano que canta un aria en estos momentos.
Leo la prensa durante un rato. Se me hace la hora y he de marchar. Me llevo la sensación que encontré sin darme cuenta de que la buscaba.