¿De dónde salió ese coche? Ah… ¡Dios mío! Vaya golpe que le he dado. ¡Agárrate, Manuel, que volamos! Veo gente por todas partes, un coche delante, le voy a dar. Dejo que el coche circule por la acera. Derribo una moro, otra, otra más, muchas motos. He tumbado un bolardo y lo he pasado por encima. Un árbol a continuación y, finalmente, otro. Este último me frena e impide que continúe mi camino en el siguiente cruce, con el riesgo de chocar contra otras vehículos o atropellar a otras personas.
El corazón se me sale delo pecho. La adrenalina me inunda. Manuel está pálido y un hilillo de sangre mana de su frente. No siento dolor sino pánico. No creo haber atropellado a nadie, más no estoy seguro. Todo ha sido en segundos. He visto un muchacho junto al coche. Quiero saber qué le ha sucedido. No logro desatar el cinturón de seguridad. Varias personas acuden a nuestro vehículo y abren las puertas. Nos preguntan cómo estamos y nos ayudan a salir.
Huele a goma quemada. El espectáculo es dantesco. He derribado al menos diez motos. Un árbol está situado bajo nuestro automóvil, como si de una alfombra se tratase. He circulado unos cincuenta metros por la acera. Hay restos de los dos vehículos por todas partes. La calle se ha llenado de curiosos. Un chico está tirado en el suelo. Nadie se atreve a tocarle. La chica sigue dentro de su utilitario, abollado por todas partes; las defensas rotas y esparcidas por el suelo. Una papelera en medio de la calle.>p/>
Me siento el blanco de muchas miradas. Percibo más claramente el sonido de las sirenas. De repente, el silencio.