Es mediodía. La hormigonera está frente al café donde me encuentro. A veces se abre la puerta y escucho el ruido de la grava en su interior. Así estaremos hasta junio, al menos eso dice la alcaldesa. En el interior nos ameniza música country en un tono aceptable. Estamos cinco personas, cada uno enfrascado en su tarea: leer, escribir o contestar el correo electrónico, mientras degustamos una cerveza o un aromatizado té.
Se trata de un lugar agradable en el que últimamente recalo a menudo. Me gusta el ambiente, el tipo de mesas y la decoración. Todo el conjunto hace que este lugar resulte familiar a cualquier que entre, como si tratara del salón de su casa. Me recuerda a algunos cafés de Amsterdam. Suelen venir estudiantes a menudo y es habitual oír hablar inglés en varias mesas. Un grupo de chicas de cuarto de educación secundaria suele citarse aquí para estudiar juntas: matemáticas, historia, literatura. Me resulta muy agradable observarlas.
En este momento escucho la inconfundible voz de Jevette Steele, transportándome al remoto truck-stop café y motel en el desierto de Mojave, en la ruta 66. Siento despertar cuando termina la canción. Suena el móvil y he de contestar. Otro día má