25 de marzo de 2020
Anoche hice una síntesis del llamamiento de la doctora Cristina Marín Campos, del Hospital la Princesa, de Madrid, así como de otros doctores del Gregorio Marañón, a escribir cartas de ánimo, poesía, cuento, frases, ideas, emociones, cualquier escrito que queramos hacer llegar a los cientos de pacientes ingresados por la infección por SARS-COV2. A continuación lo envié a distintas personas, confiando en conseguir muchos escritos.
Esta tarde continúa el cuarto curso de escritura terapéutica, ahora online. Trataremos de escribir cuando podamos para ayudar a quienes están aislados, a sus familiares y a quienes tengo tiempo y ganas de leerlo. No llego a entender cómo se las pueden arreglar en el hospital para llevar los escritos. Alguien tiene que coordinar la recepción de los mismos, eliminar los datos personales, imprimirlos, clasificarlos, entregarlos a quien los va a repartir. Una carga más, que se lleva con ánimo y no resignación, pues son los mismos doctores quienes lo organizan.
Me acaba de escribir una compañera, enfermera en el hospital de mi ciudad. Le gusta la idea, pero dice que allí no lo están haciendo, que están como locos cambiando equipos y abriendo camas, esperando lo peor. Esta es la situación en muchos hospitales de nuestro país. ¿Y aún les quedan ganas de organizar nuevas iniciativas? El dieciocho de marzo ya habían recibido más de treinta y cinco mil cartas para pacientes. El contador continúa y la solidaridad también.
La humanidad se percibe, se huele, a través de sus palabras : “la situación actual es dura … los pacientes están muy solos” (Médicos del Gregorio Marañón). ¡Cuánto amor de quienes tienen tantas personas a su cuidado. La estúpida dicotomía ciencia–humanismo no tiene cabida en estos momentos, ni la lucha de egos por saber quién es más o mejor científico. Aquí cabemos todos. No sobra ninguna mano, todas son necesarias.
Estoy recibiendo respuestas de muchos conocidos. Les gusta la idea y eso me alegra. Pero necesito que escriban, que tú también lo hagas. Sí, sabes hacerlo, seguro. No se trata de hacer un escrito bello sino humano. De tomar el bolígrafo o el teclado y dejarse ir, tratando de plasmar aquello que sientes en estos momentos, que piensas, que quieres compartir con tus lectores. Es anónimo, no recibirás críticas ni aplausos, solo agradecimiento. Puedes contar una experiencia vivida, una viaje realizado, un disgusto que tuviste, una ilusión, las dudas, los miedos que te embargan. Cualquier mensaje que les haga sentir que ya no están tan solos.
Dos personas acaban de escribirme. Una de ellas, de unos cuarenta años, enferma desde niña, reflexiona sobre su incapacidad de escribir ni aportar nada positivo a los demás. Solemos comunicarnos por whatsapp hace tiempo. Le he pedido permiso para enviar a la coordinación de escritos contra el coronavirus lo que hoy me ha contado. Por supuesto que me lo ha dado. Entiendo que su aportación es tan necesaria o más que las de los demás.
La otra me reenvía la comunicación de una muy buena amiga suya, doctora en lengua y literatura, con una visión realista y descarnada de la vida. No le gustan los paños calientes ni utilizar lentes de amortiguación. No encuentra sentido enviar cartas de consuelo con palabras que no siente.
Estas dos aportaciones son mis mismas dudas. No me sorprende lo que dicen. No obstante, considero que cualquier acercamiento a los demás siempre ayuda.
¿A quien ayuda esto: a quien escribe o a quien recibe el escrito? A ambos. Cuantas personas se dedican a ayudar a los demás manifiestan que reciben más de lo que dan. Y es cierto.
Seguiré escribiendo.