Pensé que era un trozo de pan, dijo el camarero al servirme el café, refiriéndose a la funda de mis gafas. Y yo pensé que no era invierno, que no nevaba ni hacía viento. Que no habían quemado vivo dentro de una jaula al piloto jordano. Que no había crisis, ni guerras, ni desahucios, ni corrupción, ni violaciones, ni suspensos, ni riñas, ni multas, ni fracasos en todos los ámbitos.
Creí no haberme enfriado pero los síntomas lo delatan. No haberme endeudado ni haber suspendido aquel examen de la vida, pero aquí me encuentro. No me han devuelto la oportunidad, el momento, la posibilidad de recuperación. Mi casa ya no es mía, ni mis dieciséis años tampoco. Se esfumó mi asiento en la universidad y mi abuelo querido también.
Tengo ante mí la taza vacía, la funda sin gafas, los asientos vacíos por compañía. Tres fumadores junto a mí, separados por una mampara de cristal, viendo en ellos el hábito felizmente abandonado por mí tiempo atrás. Ya no hay nieve en las aceras, se camina sin dificultad. Un trozo de cielo ha abierto su ventana y se muestra azul, rodeado de un amenazante gris plomizo.
Llega la hora, he de prepararme. Quedan pocos minutos. Me pongo el abrigo y la bufanda, tomo el paraguas y la cartera. Miro a mi alrededor. Quienes me rodean no se imaginan lo que estoy pasando. Hoy me examinan de mi actuación en todos estos años. Se trata del examen vital. La evaluación final. Pensé que era una broma.