La pequeña Kate.

El barco se movió, crujió junto al muelle, como cada vez que otro pasaba por el canal. Dentro, la pequeña Kate pugnaba por gritar, pero la mordaza se lo impedía. El dolor de no hacerse oír era mayor que el que le ocasionaban las cuerdas que amarraban sus manos. Nadie sabía de su existencia. Los vecinos no sospecharon del secuestro de la niña en su misma calle, frente a sus casas, en aquel barco tan agradable, con flores en la cubierta, donde solían ver a su dueño fumar en pipa al atardecer, mientras tomaba una cerveza, con unas rebanadas de tapenade.

            Cada día el mismo ritual. Le daba el desayuno, a base de leche y malta, brioches, cereales y zumo de naranja. La dejaba ir al baño y a la ducha, donde el ojo de buey estaba permanentemente bloqueado. Mientras duraba esta operación, la música sonaba con fuerza y Krijn realizaba ejercicios gimnásticos en la cubierta. Algún vecino le saludaba al pasar y le daba los buenos días. Al terminar la ducha, estrechamente vigilada por Krijn, se dirigía a proa y se introducía mansamente en el armario situado en su parte inferior. Normalmente, le hacía una caricia en la cabeza antes de maniatarla y cerrar la puerta. Cuando se mostraba reticente, era castigada con unas fuertes nalgadas.

            Llegó publicidad al barco, como todos los días. Los supermercados y empresas de la zona lo buzoneaban a diario. Otra vez aquella foto, aquella maldita foto de Kate de cuando era más pequeña. Estaba harto de verla. Había visto manifestaciones en favor de su aparición e incluso había participado en más de una. Nada le había hecho cambiar de parecer. No pensaba liberarla. Se había acostumbrado a ella y no pensaba restituirla a quienes pertenecía. Sus súplicas no le causaban el menor efecto. Pero esa maldita foto estaba comenzando a hundirle el ánimo. Tomar conciencia de los años que la retenía y saber que podía perderla le hacía sumirse en la tristeza. Era suya y no iba a permitir que nadie se la arrebatara.

            A veces le daban ganas de soltar amarras al barco o bien irse y no regresar. Mientras tanto, otro invierno se aproximaba…

Amsterdam, 16 de septiembre de 201 

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