Narvik

Juré buscarte hasta el fin del mundo. Recorrí pueblos, caminos, puertos, ciudades y cementerios. No hubo nada que hacer. Siempre con tu foto en mi cartera, joven y guapo. No podía enseñársela a nadie, hubiera sido inútil. Pasaron los años, terminé mis estudios de filosofía. Leí muchos libros sobre la segunda guerra mundial, donde hubieran participado soldados españoles. Manejé muchos archivos militares, pero no tuve éxito en mi empeño. No tenía demasiados indicios, tan solo que de joven te fuiste a combatir. Eso fue lo que pude obtener de quienes quedaron en la aldea, con pocos habitantes entonces y hoy convertida en pueblo fantasma.

Me jubilé. Desaparecieron las obligaciones. Fui poniendo en orden mis cosas. La tarea estaba cumplida. Faltabas tú, a pesar de todo. Animado por unos amigos, tomé parte en un crucero por los fiordos de Noruega. Disfruté con las hermosas vistas del sol de medianoche. Al estar en Cabo Norte tuve la misma sensación que en Finisterre: el fin del mundo, lo más lejano, la última parte de la tierra.

También se terminaba el crucero. El último día salimos del barco con el equipaje. El autobús nos llevaría al aeropuerto, de uso militar y civil, en Narvik. Antes visitamos el museo de la guerra, donde pudimos ver una película de la invasión nazi a la ciudad y la contraofensiva aliada en los fiordos en la cual fueron hundidos sesenta barcos. En sus vitrinas había objetos de aquella época: cajas de tabaco, zapatos, armamento, uniformes, etc. Al salir, visitamos el cementerio protestante. Allí había militares españoles, veteranos republicanos de la Guerra Civil española, así como antiguos miembros de las Brigadas Internacionales, que participaron en la contienda. Miré las lápidas en tierra con el corazón encogido. Allí estabas tú, Antonio Sierra, 13 Leg-13 DBLE,6 de junio de 1940. Ahí estaba la clave, en la 13ª Semibrigada de la Legión Extranjera Francesa.

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