Hoy te escribo desde mi balcón. Hace sol, estoy sentado en una silla de mimbre y llevo un sombrero de paja. Al menos hace sol. Dos vecinas rumanas hablan entre sí. Las gaviotas ya no están en el tejado de enfrente, tampoco las palomas. No sé si nuestro búho ahuyentador de aves será eficaz, pero, ciertamente, nos visitan menos. La televisión no para, el presentador entrevista a un periodista y ambos tratan de animarnos a quienes estamos en casa. Cumplen con su misión de entretener y de informar, aunque también nos alarman con los datos, la cruda realidad. Ya no sigo las noticias como al principio, estoy saturado. Prefiero la prensa, elijo las que quiero y en el orden que deseo.

            Hace unos momentos escuchaba cantar a un pájaro. No me había dado cuenta. Antes de la pandemia apenas salía al balcón, ahora me estoy familiarizando con sonidos a los que hasta hace poco apenas prestaba atención. Alguien golpea unas tablas, estará ordenando su trastero, o se aburrirá, quién sabe. El hablar de las señoras y el murmullo de la televisión destacan sobre la calma, predominando el silencio en ocasiones.  Me han gustado las palmeritas al horno, nunca antes las había hecho. Repetiré.

           Leo un libro de Jean-François Revel, El conocimiento inútil. Curiosa lectura para la situación que vivimos, en la que “nunca la información ha sido tan abundante, tan rápida y tan omnipresente como ahora” –se refiere a 1993. Hoy disponemos de más información, pero la utilizamos aún menos que entonces. El bulo sigue prevaleciendo. La primera fuerza que rige el mundo sigue siendo la mentira.

            Alguien maneja una rotaflex, emitiendo aislados. Han venido unas palomas y su zureo me tranquiliza. O no han visto al búho o no les asusta tanto. Un ligero airecillo me acaricia el cuello. Miro a mis pies, las mismas zapatillas de todos los días, de tantos días. Cuando salía a la calle – ¡hace ya tanto! – solía cambiar de zapatos con cierta frecuencia, en función del tiempo, de la comodidad o por deseo de variar, sin más. No tengo tantas zapatillas, ni lo pretendo, pero me resulta curioso. Compraré unas nuevas cuando pueda salir de casa, me va haciendo falta.

            Desaparecieron los ruidos. Me recuerda a los domingos de mi adolescencia. En aquella plaza vacía apenas oía más que los partidos de fútbol radiados en los transistores de algún adulto. La soledad era la norma, la triste neblina contra la que luchar, lo cual no siempre resultaba sencillo.

            Te deseo una pronta recuperación y una rápida vuelta a casa. Mi deseo de que te reencuentres con los tuyos y desde allí vayas a tu balcón y me saludes.

          ¡Ahora ya nos conocemos!

            Un fuerte abrazo.